Rodrigo Escobar Holguín
Le había
conocido por escrito en 1965, en una reseña de Fernando Charry Lara en Eco, que citaba por entero ―y por
fortuna―cierto poema. El impacto fue inmediato. Apenas hace poco entendí por
qué me llegó tan hondo. Fue por unas vacaciones que pasé, de adolescente,
a orillas del río Desbaratado, al pie de
la cordillera Central, en una casa de madera de la que hoy apenas quedan los
cimientos. En la parte de atrás había un cafetal, y una vez que llovió toda la
noche debimos ir, de mañana, a reparar
el largo acueducto de guadua que abastecía la casa. Por eso tal poema ―un nocturno de
paisaje y olor campesino― pudo ser mío tan pronto como lo leí.
Pudo
ser por los 90 cuando lo conocí en persona. Habían anunciado su aparición
pública en el Hotel Intercontinental de
Cali, y allá fui. No habría más de treinta personas, si acaso. Yo, por ese
tiempo, andaba seducido por la música del verso clásico ―alejandrinos,
endecasílabos― y me admiraba cómo él podía lograr esos poemas tan soberbios con
otra música. No recuerdo cuál fue la pregunta que le hice, pero tenía la
intención de que me revelara el secreto de su verso libre.
Tampoco tengo
muy presente su respuesta. Sé que me
frustró, pues no hizo sino hablar de la respiración: es el ritmo de los pulmones―creo que dijo― lo que da la clave. ¡Qué
sencillo! No era sino hacer conciencia, pues, de la respiración al ir
escribiendo, y lograría versos libres tan admirables como los suyos.
Persuadido de un
engaño flagrante, le pregunté de nuevo, como a un criminal a quien el juez
intenta coger en falta. Me miró,
impaciente y compasivo.
―Como ya te lo dije, se trata de seguir, con el
verso, el ritmo de la respiración.
Ahora comprendo:
creaba desde lo profundo desconocido.
Quizá él mismo se habría preguntado el origen de sus poemas y su técnica, y en
un rapto de superstición, no quiso ir más allá de una verdad tan frágil. Pero eso
me da para imaginarlo ahora, vivo en la soledad de su escritura, rompiendo el
silencio con la palabra sonora, hasta donde le alcanza el aliento.
Cali,
24 de septiembre de 2013
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Qué rico las opiniones son bienvenidas.
Gracias,
Ana María - Penélope